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James Joyce (1882-1941)

Ulises (1922)

 

Vladimir Nabokov

 

James Joyce nació en Irlanda en 1882, abandonó su país en el primer decenio del siglo XX, vivió casi toda su vida como expatriado en la Europa continental, y murió en Suiza en 1941. Compuso Ulises entre 1914 y 1921, en Trieste, Zúrich y París. En 1918 empezaron a aparecer partes de esta obra en la denominada Little Review. Ulises es un mamotreto de más de doscientas sesenta mil palabras. Su vocabulario es muy rico pues consta de cerca de treinta mil palabras. El escenario dublinés está construido en parte con los datos facilitados por la memoria de un exiliado, pero sobre todo con la ayuda del Thorn’s Dublin Directory, al que acuden secretamente los profesores de literatura, antes de abordar Ulises, a fin de asombrar a sus alumnos con los conocimientos que el propio Joyce recopiló con ayuda de esa misma guía. También utilizó, a lo largo del libro, un ejemplar del periódico dublinés Evening Telegraph: el del jueves, 16 de junio de 1904, que costaba medio penique y que entre otras cosas daba noticia ese día de la carrera Copa de Oro de Ascot (con Throwaway, un outsider, como ganador), de una espantosa catástrofe americana (el incendio del vapor de recreo General Slocum), y una carrera automovilística para la Copa Gordon Bennett, que tiene lugar en Homburg, Alemania.

Ulises es la descripción de un solo día, el jueves 16 de junio de 1904; un día de las vidas mezcladas y separadas de numerosas personas que deambulan, viajan, se sientan, charlan, sueñan, beben y ejecutan diversos actos fisiológicos y filosóficos, importantes e intrascendentes, durante este único día y las primeras horas de la madrugada siguiente en Dublín. ¿Por qué eligió Joyce ese día en particular, el 16 de junio de 1904? En un trabajo bastante mediocre aunque bienintencionado. Fabulous Voyager: James Joyce’s Ulyses (1947), Richard Kain nos informa que es el día en que Joyce conoció a su futura esposa Nora Barnacle. Esto en cuanto al interés humano.

Ulises consta de una serie de escenas construidas en torno a tres personajes principales; de estos personajes, quien predomina es Leopold Bloom, modesto agente publicitario, contratista de anuncios para ser exactos. En otro tiempo estaba colocado en la empresa papelera Wisdom Hely como vendedor de papel secante, pero ahora trabaja por su cuenta, buscando anuncios, aunque sin gran éxito. Por razones que luego referiré, Joyce le da un origen judeo-húngaro. Los otros dos personajes importantes son Stephen Dedalus, a quien Joyce ha descrito ya en Retrato de un artista adolescente (1916), y Marion Bloom, Molly Bloom, esposa de Bloom. Si Bloom es la figura central, Stephen y Marion son las laterales de este tríptico: el libro empieza con Stephen y termina con Marion. Stephen Dedalus lleva como apellido el nombre del mítico constructor del laberinto de Knossos, ciudad real de la Creta antigua, y de otros artilugios fabulosos: unas alas para sí y para Ícaro, su hijo. Stephen Dedalus, de veintidós años, es un joven maestro de escuela dublinés, erudito y poeta, que en su época escolar estuvo sometido a la disciplina de una educación jesuítica y ahora reacciona violentamente contra ella, aunque sigue poseyendo una naturaleza esencialmente metafísica. Es un joven más bien abstracto, dogmático incluso cuando está borracho, librepensador prisionero de su propio yo, brillante decidor de repentinas frases aforísticas, físicamente endeble, y sucio como un santo (su último baño tuvo lugar en octubre, y ahora estamos en junio), un tipo amargado y suspicaz al que el lector no acaba de visualizar claramente, proyección mental del autor, más que un ser cálido y nuevo creado por la imaginación del artista. Los críticos tienden a identificar a Stephen con el propio Joyce joven, pero eso no viene al caso. Sin embargo, lo que Harry Levin dice de Joyce, «que perdió su religión, pero conservó sus categorías», es aplicable también a Stephen.

Marion (Molly) Bloom, la mujer de Bloom, es irlandesa por parte de padre y judeoespañola por parte de madre. Es cantante de concierto. Si Stephen es un intelectual y Bloom tiene una cultura media, Molly Blom es decididamente ignorante y, además, vulgar. Pero los tres personajes tienen su lado artístico. En el caso de Stephen lo artístico es casi demasiado bueno para ser cierto: en «la vida real», nunca encontramos a nadie que se acerque tanto al perfecto control artístico de sus palabras casuales y cotidianas como se supone que hace Stephen. Bloom, de una cultura media, es menos artista que Stephen, pero lo es mucho más de lo que los críticos han visto: de hecho, su caudal de pensamiento fluye de vez en cuando muy próximo al de Stephen, como explicaré más adelante. Por último, Molly Bloom, a pesar de su chabacanería, a pesar del carácter convencional de sus ideas, a pesar de su vulgaridad, es capaz de una rica respuesta emocional a las cosas superficiales y encantadoras de la vida, como veremos en la última parte del extraordinario soliloquio con que termina el libro.

Antes de pasar a exponer la materia y forma del libro, quiero decir unas palabras más sobre el personaje principal, Leopold Bloom. Cuando Proust retrata a Swann, le crea como individuo, con unas características individuales y únicas. Swann no es ni un tipo literario ni un tipo racial, aunque resulte ser hijo de un agente de bolsa judío. Al componer la figura de Bloom, la idea de Joyce es colocar entre los endémicos irlandeses de su Dublín natal a alguien que sea irlandés y exiliado y oveja negra a la vez, como él, Joyce. De modo que Joyce elaboró el plan racional de seleccionar el tipo del Judío Errante, del exiliado, para componer el tipo del outsider. Sin embargo, como explicaré después, Joyce es a veces crudo en su modo de acumular y subrayar los supuestos rasgos raciales. Otra consideración en relación con Bloom: cuantos han escrito sobre Ulises son o bien hombres muy puros, o muy depravados. Tienden a considerar a Bloom como persona corriente; al parecer, Joyce mismo pretendió retratar a una persona corriente. Está claro, sin embargo, que en su aspecto sexual, Bloom, si no está en el límite mismo de la demencia, es al menos un buen ejemplo clínico de un alto grado de obsesión y perversidad sexuales, con toda clase de complicaciones extrañas. Su caso es, por supuesto, rigurosamente heterosexual —no homosexual, como lo son la mayoría de las damas y caballeros de Proust (homo en griego significa el mismo; no tiene nada que ver con hombre en latín, como creen algunos estudiantes)—; pero dentro de los amplios límites del amor por el sexo opuesto, Bloom se entrega a actos y sueños que son decididamente subnormales en el sentido zoológico y evolutivo. No os fastidiaré con la enumeración de sus extraños deseos; pero debo decir una cosa: en la mente de Bloom y en el libro de Joyce el tema del sexo se entremezcla continuamente con el del retrete. Bien sabe Dios que yo no pongo objeción de ningún género a la llamada franqueza en las novelas. Al contrario, a mi juicio hay muy poca; y la que hay se ha vuelto a su vez convencional y trillada en manos de los escritores llamados fuertes, que son los preferidos de los clubs de lectores y los mimados de los círculos de mujeres. Pero sí tengo que hacer una objeción: Bloom es considerado un ciudadano normal y corriente. Ahora bien, no es cierto que la imaginación del ciudadano normal se esté recreando constantemente en detalles fisiológicos. Me opongo a lo constante, no a lo repugnante. Todo este material especial y patológico parece artificioso e innecesario en su contexto particular. Advierto a los remilgados que tengan presente la especial preocupación de Joyce por mantener un completo distanciamiento.

Ulises es una estructura sólida y espléndida, pero un poco sobreestimada por esa clase de críticos más interesados por las ideas, las generalidades y los aspectos humanos que por la obra de arte en sí. Debo preveniros especialmente contra la tendencia a ver en los aburridos vagabundeos de Leopold Bloom y sus pequeñas aventuras de un día de verano en Dublín una parodia fiel de la Odisea, con Bloom haciendo el papel de Odiseo —o sea de Ulises, hombre de múltiples recursos—, o la adúltera mujer de Bloom representando el de la casta Penélope, mientras que a Stephen Dedalus se le asigna el de Telémaco. Evidentemente, en la cuestión de los vagabundeos de Bloom hay un eco homérico vago y general, tal como sugiere el título de la novela; y existen numerosas alusiones clásicas, entre muchas otras, a lo largo del libro; pero sería una completa pérdida de tiempo buscar paralelos en cada uno de los personajes y cada una de las situaciones del libro. No hay nada tan tedioso como una larga alegoría basada en un mito trillado; después de la publicación de la obra en partes, Joyce suprimió los títulos pseudohoméricos de los capítulos al comprobar de lo que eran capaces los pelmas eruditos o seudoeruditos. A propósito: un pelma llamado Stuart Gilbert, engañado por unas listas que compiló en broma el propio Joyce, descubrió en cada capítulo el predominio de un órgano particular —el oído, el ojo, el estómago, etc.—. Ignoraremos también estas estupideces. Todo arte es en cierto modo simbólico; pero le diremos: «¡Alto ahí, ladrón!», al crítico que transforma deliberadamente el símbolo sutil del artista en rancia alegoría de pedante, las mil y una noches en asamblea de una sociedad secreta.

¿Cuál es, entonces, el tema principal del libro? Muy sencillo:

1. El pasado irremediable. El hijito de Bloom ha muerto hace tiempo, pero su imagen perdura en su sangre y en su cerebro.

2. El presente ridículo y trágico. Bloom todavía ama a Molly, su mujer, pero deja que el destino siga su curso. Sabe que por la tarde, a las cuatro treinta de ese día de junio, Boylan, elegante empresario y apoderado de Molly, irá a visitarla… y no hace nada por impedirlo. Procura mantenerse escrupulosamente al margen de la marcha del Destino; pero a lo largo del día está a punto de tropezarse con Boylan una y otra vez.

3. El futuro patético. Bloom se tropieza también constantemente con otro joven: Stephen Dedalus. Bloom se da cuenta poco a poco de que esto puede ser una pequeña deferencia del Destino. Si su mujer debe tener amantes, entonces el sensible y artístico Stephen es preferible al vulgar Boylan. De hecho, Stephen podría darle lecciones a Molly, podría ayudarla en su pronunciación italiana para su profesión de cantante; en fin, podría ejercer una influencia refinada, piensa Bloom con cierto patetismo.

Este es, pues, el tema principal: Bloom y el Destino.

Cada capítulo está escrito en un estilo diferente, o más bien: en cada capítulo predomina un estilo diferente. No hay ninguna razón especial para esto, para que un capítulo se narre de forma directa, otro como el gorgoteo de una corriente de conciencia, y un tercero a través del prisma de una parodia. No hay ninguna razón especial; pero se puede alegar que este constante desplazamiento del punto de vista aporta un conocimiento más variado, un vislumbre más fresco y vivo de este o aquel aspecto. Si alguna vez habéis intentado inclinaros para mirar hacia atrás por entre las rodillas, cabeza abajo, habréis visto el mundo desde un punto de vista diferente. Intentadlo si no en la playa: es muy divertido ver andar a la gente cuando se mira del revés. Parece como si a cada paso se les fuese a desprender el pie del engrudo de la gravitación, sin perder por ello la dignidad. Bueno, este recurso de cambiar de perspectiva, de cambiar de prisma y de punto de vista, puede compararse a la nueva técnica literaria de Joyce, a esa especie de sesgo nuevo mediante el cual veis una yerba más verde, un mundo más reciente.

Los personajes se están encontrando a cada instante en sus peregrinaciones a lo largo de ese día en Dublín. Joyce nunca pierde su control sobre ellos. En efecto, van, vienen, se encuentran y se separan y se vuelven a encontrar como partes vivas de una cuidada composición, en una especie de danza lenta del destino. Uno de los rasgos más llamativos del libro es la periodicidad de ciertos temas. Tales temas están mucho más definidos, mucho más deliberadamente seguidos, que los que encontramos en Tolstói o en Kafka. Ulises entero, como nos iremos dando cuenta gradualmente, es una deliberada trama de temas periódicos, y una sincronización de sucesos triviales.

Joyce escribe en tres estilos principales:

1. El original de Joyce: directo, lúcido, lógico y pausado. Este constituye la espina dorsal del capítulo I de la primera parte y de los capítulos I y III de la segunda, aunque los pasajes lúcidos, lógicos y sosegados también aparecen en otros capítulos.

2. La transcripción de las frases y palabras incompletas, rápidas, fragmentarias que constituyen la llamada corriente de conciencia o, mejor dicho, las piedras pesadas de la conciencia. Hay muestras de este estilo en casi todos los capítulos, aunque por lo general solo va asociado a los personajes principales. Examinaremos este recurso a propósito del ejemplo más famoso: el soliloquio final de Molly, en el capítulo III de la tercera parte; pero podemos adelantar aquí que dicho estilo exagera el aspecto verbal del pensamiento. El hombre no siempre piensa con palabras sino también con imágenes; la corriente de conciencia, en cambio, presupone un caudal de palabras registrables; es difícil, sin embargo, creer que Bloom está hablando continuamente consigo mismo.

3. Parodias de diversas formas no-novelísticas: titulares de periódicos (capítulo IV de la segunda parte), música (capítulo VIII de la segunda parte), drama místico y bufo (capítulo XII de la segunda parte), preguntas y respuestas al estilo catequista (capítulo II de la tercera parte). También hay parodias de estilos literarios y autores: del narrador burlesco en el capítulo IX de la segunda parte; del autor de revista de señoras en el capítulo X de la segunda parte; de una serie de autores y períodos literarios concretos en el capítulo XI de la segunda parte; y del periodismo elegante en el capítulo I de la tercera parte.

En cualquier momento, cambiando de estilo o dentro de una categoría dada, Joyce puede intensificar un estado de ánimo introduciendo un acorde lírico y musical por medio de aliteraciones y recursos melodiosos, generalmente para plasmar emociones ensoñadoras. A Stephen le asocia a menudo con un estilo poético, pero hay algunos casos en que este estilo es aplicado a Bloom: cuando, por ejemplo, éste se deshace del sobre de la carta de Martha Clifford: «Al pasar bajo el arco del ferrocarril sacó el sobre, lo hizo trocitos rápidamente, y los esparció por la carretera. Los fragmentos se alejaron revoloteando, se hundieron en el aire húmedo: un blanco revoloteo, y todos fueron descendiendo». O, unas frases más adelante, al final de la visión de un enorme raudal de cerveza derramada, «serpeando a través de unas marismas por todo el terreno llano, un remolino perezoso de licor que arrastraba las flores de anchos pétalos de su espuma». En cualquier momento, no obstante, Joyce puede apelar a toda clase de recursos: juegos de palabras, transposiciones de palabras, ecos verbales, emparejamientos monstruosos de verbos o imitación de sonidos. En estos casos, como en el exceso de alusiones locales y expresiones extranjeras, se puede producir una oscuridad innecesaria a causa de detalles que no están presentados con suficiente claridad, sino solo sugeridos para el entendido.

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